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viernes, 2 de octubre de 2009

El hueso del ángel (por Dailara)

La brisa acariciaba mi tez blanquecina y traía consigo lamentos y sollozos. Alcé los ojos para contemplar el sol, pero las densas nubes no dejaban pasar ni un ápice de luz de este, intentaban ocultar a los ojos del astro el horror que ellas contemplaban. Bajé la cabeza, desistiendo de mi idea de poder sentir un poco de calor en mi piel y me miré las manos, dejando escapar sin querer una amarga lágrima que recorrió mi rostro y cayó en mis sucios ropajes.

No podía levantarme de allí. Mi mente me gritaba que saliese corriendo y que nunca más volviese a aquel lugar maldito, pero mis piernas seguían en el mismo lugar. Me enjuagué las lágrimas y miré a mí alrededor. Una ola de sentimientos me embargaban y me hacían sentir frágil, triste, y a la vez, en paz. Mi razón y mis sentimientos mantenían una lucha interna, en la cual el sosiego y la calma comenzaban a ganar la partida.

Conseguí ponerme en pie, y empecé a buscar los restos de mi equipaje. El frio se adueñaba de mí, al igual que una gran desazón. Se suponía que había hecho lo correcto, pero aún así no me sentía orgullosa de mi misma. Esta había sido la prueba más dura a la que jamás me había enfrentado, y las huellas que dejarían en mi mente sin duda me acompañarían hasta el final de mis días. Debajo de una mole moribunda que conseguí apartar encontré mi hueso de ángel, y no muy lejos de allí, el deteriorado retrato de una pobre familia. Mi familia.

Aquellos dos objetos eran lo último que me quedaba de ellos.

La noche anterior parecía que iba a transcurrir como otra cualquiera. Había llegado con el grupo a una pequeña aldea en la que estaban festejando la llegada del otoño. Como siempre, buscamos alguna taberna donde poder sentarnos y tomar un plato caliente y escuchar las historias de los lugareños. Todo parecía transcurrir con normalidad. La gente era bastante amable y la sopa se podía comer, así que nos relajamos y pedimos al tabernero que nos preparase las habitaciones para esa noche. Se agradecía estar bajo un techo al lado de la chimenea después de varias semanas de misiones sin sentido en las que el grupo había sufrido algunas heridas, y la dureza del camino no había limado las asperezas entre algunos miembros de la tropa. Apenas éramos 5, pero es difícil que la gente no pierda los nervios cuando lleva días sin comer y poder asearse. Siempre era yo la que tenía que mediar entre ellos, me terminé acostumbrando a que me vieran como a una madre, por mi carácter protector. Pero aquella noche, mis compañeros dejaron de considerarme como una ‘mamá’. Pude ver miedo reflejado en sus ojos cuando me levanté lentamente de mi asiento. Intentaron persuadirme y sentarme de nuevo en la silla, pero yo ya no estaba allí, no podía verles, ni oírles, sólo podía sentir. Sentir odio y sed de venganza.

Hacía bastante rato, una joven muchacha entró en la taberna con sus ropajes manchados, por culpa de unos borrachos de la calle. La joven llamó la atención de casi toda la estancia, ya que parecía pertenecer a otra estirpe, no encajaba en aquel lugar. Cuando la chica se acercó a la barra, la puerta se abrió de nuevo y entró un hombre con aires de grandeza, seguido de una mujerzuela y un muchacho con la misma actitud altanera de su padre. Algo no me gustó desde que la joven irrumpiera en la estancia, pero no sabía que era. El tabernero escuchó las palabras de la chica y los condujo hasta el mejor sitio del lugar, el más próximo a la chimenea, echando de allí a unos pobres aldeanos que se vieron desplazados por los ricachones. A los pocos minutos, el tabernero les sirvió la cena en su mejor vajilla y pude comprender al fin quién era esa familia. La joven que había entrado en primer lugar se retiró su capa de encima y pude ver un extraño colgante que pendía de su cuello. Nadie más lo reconoció, ni tendrían por qué. Pero yo no tenía ninguna duda de quiénes eran esos extraños personajes. Hace veinte años ellos me arrebataron todo lo que tenía.

Cogí mi capa y busqué entre los bolsillos hasta que di con el objeto que buscaba. Lo miré apenas dos segundos, estaba segura de que no me había equivocado. Me levanté lentamente de la mesa, y me dirigí hacia el caballero. Le di una palmada en su hombro y le susurré al oído que se levantase y me acompañase. Él se giró con una actitud bobalicona e intentó reprenderme, pero se quedó helado cuando sus ojos se posaron en los míos. La mujer que estaba a su lado ahogó un grito cuando me miró e intentó agarrar a su marido, pero este ya estaba andando tras de mí.

La puerta se abrió sola. El hombre se dispuso a hablar pero sus cuerdas vocales estaban congeladas. No quería oírle ni siquiera pedir perdón o darle la oportunidad de excusarse. Me di la vuelta, y pude verle de rodillas, sollozando, pidiendo clemencia. Apareció su familia y comenzaron a chillar y a llorar por su padre. Los jóvenes no entendían lo que pasaba, pero la madre los colocó detrás de ellos cuando vio en mi cara una sonrisa dibujada. Sabían lo que iba a pasar. Alcé mi mano y mirando a la mujer con desprecio cerré poco a poco mis dedos; ella, comenzó a jadear porque le faltaba el aire, su marido, miraba horrorizado la escena. Los hijos intentaron huir, pero hacía tiempo que les había paralizado, y junto al padre, cayeron de rodillas al suelo. En el fondo, llegué a sentir lástima por ellos, ya que cuando nacieron, los crímenes perpetrados por su familia ya habían pasado. Pero habían tenido la osadía de usar algo que me pertenecía, y no podían quedar impunes por ello.

La mujer sacó un anillo de su bolsillo y silvó a través de él. Pretendía alertar a sus guardias para que viniesen a salvarla. Una amarga carcajada salió de mi boca, y mi mano se cerró por completo, dejando sin aire a la Dama de Adufeil, la cruel arpía que encargó el asesinato de mi familia.

Después de ella, me dirigí a sus hijos, los cuales me miraban aterrados. La joven lloraba sin cesar, mientras su hermano intentaba el muy estúpido tragarse su miedo y plantarme cara. Le sonreí, me acerqué a su oído, y cerré sus ojos lentamente. El último aliento lo respiró en el regazo de su padre. Me pidió que le matase, pero dejase libre a su única y pobre niña. Dudé un segundo, y en ese instante de vacilación, comenzaron a llegar por el callejón hombres armados para defender a su señor. Intentaron acercase a nosotros, pero el campo de protección que había creado no les dejaba acercarse, ni siquiera a mis compañeros que habían salido de la taberna alertados por mi actitud.

Le pedí a la chica que se levantase, y ella accedió sin oponerse, la conduje hasta los ojos de su padre, y le pedí que le besase. Ella lo hizo, derramando sus lágrimas sobre el cuerpo inerte de su hermano. En ese instante, mi daga rozó suavemente su delicado cuello, y cayó junto al cadáver del joven. Sin dejar pensar a su padre, le arrastré hacia delante, cerca de sus guardias y le dije al oído: tú al menos has tenido la oportunidad de despedirte de ella, yo no pude decir adiós a mis padres. Le miré y trasmití a su mente los recuerdos que tenía de aquella noche en la que destrozaron mi vida. Bajó la cara y se echó las manos a la cabeza, intentando quitar esas imágenes de su mente. Toqué su hombro, y miró hacia sus hombres con una actitud de nobleza. Los miré un instante y les trasmití lo mismo que hacía unos segundos había visto él. Alcé mi daga y le cercené el cuello delante de sus guardias. Había muerto el Señor de Adufeil, el asesino de toda mi familia. Él y su esposa me arrebataron mis tierras, mis padres, mis hermanos y el resto de mi familia; sólo por codicia y ansias de poder.

Mi grupo se unió a mí, y algunos hombres intentaron defender lo que quedaba se sus señores. Otros huyeron avergonzados por haber defendido a tan crueles seres. Luchamos sin miedo, sin sentimientos, sin un fin más que el de sentir venganza.



Me colgué el collar de la joven en mi cuello. Aquel hueso de ángel había pertenecido a mi madre. Era único. Como ella, que enamoró a un ángel y le permitió volver a la vida, llevándose un recuerdo de él. La familia Adufeil podría haber seguido viviendo de no ser por su insolencia de haberse quedado con tal regalo y pretender hacer creer que formaba parte de la historia de su estirpe.

Me lavé las manos ensangrentadas y guardé el retrato en mi bolsillo. Los fantasmas siempre me atormentarían, pero al fin, después de tanto tiempo, pude dormir sin soñar con mi pasado arrebatado. No recuerdo con qué fue, sólo sé, que al despertar, un ángel al que le faltaba un hueso, velaba por mis sueños.


Dailara

1 comentario:

Andrea dijo...

Más vale tarde que nunca no??? Por fin lo leí y me encanta!!! ¿ya lo suponías verdad? Me ha gustado lo de la sed de venganza(mi parte violenta sale de nuevo a la luz) y lo del hueso de ángel. ¿Has pensado en continuarlo o algo?