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miércoles, 22 de julio de 2009

Del día y la noche

...aquí estoy de nuevo, otra noche más...
Sentada a la luz de la luna contemplando el Gran Árbol.
Como todas las noches desde que nací (siempre que mis aventuras me lo permiten).

Pero hace tiempo que vengo aquí desilusionada.
Los elfos adoramos la noche, es nuestro hábitat natural. En ella encontramos calma, vida en el bosque y una paz interior de la que carecen el resto de razas. De noche recargamos nuestro espíritu (aunque no dormimos) y nuestra energía. Pero hace tiempo que venir aquí no tiene esos efectos sobre mí. Solo encuentro intranquilidad y desasosiego.

Pues la noche no solo atrae animalillos amigables, sino que también atrae a seres oscuros.
Y esos seres me quitaron a mis amigos.
Se los llevaron mientras dormían en sus casas de Villadorada.
Nunca más volveré a ver a mis amigos la sacerdotisa y el brujo por culpa de la traicionera noche.

Me costó bastante tiempo volver a venir por aquí, y cuando lo hice no me sentí para nada como antes. Sentía que la noche que me rodeaba me observaba y se burlaba de mí, haciendo que conejillos y pájaros salileran a mi encuentro por el camino. Pero yo he visto la cara oscura de la noche, y me siento un poco triste y vacía cada vez que vuelvo aquí como antes, sabiendo que fue ella la que me quitó a mis mejores amigos.

Fue poco después que empecé a ver la belleza del Sol. Reluciente, lleno de vida. La luz de sus rayos lo inunda todo, dejando al descubierto todo lo que la noche intenta ocultar.

Empecé a ver la alegría que el día causaba en los niños humanos, y poco a poco se fue abriendo paso hacia mi interior.

Tanto fue así que llegó un momento en que quise acercarme más al Sol para llenarme de luz y alegría. Había oído de un antiguo habitante de las costas de Azshara que se intentó hacer unas alas para alcanzar el Sol; pero se las hizo de cera, y antes de llegar siquiera cerca, se le derritieron y acabó muriendo.

Pero yo, como elfa que soy, no necesitaba eso. Los elfos tenemos un nivel de consciencia y espíritu mucho mayor al de las otras razas, así que día a día fuí acercando mi espíritu al Sol.
Poco a poco conseguía acercarme cada vez más, pero era un objetivo muy lejano.

Por fin, el otro día, tras muchos días de profunda meditación conseguí lo que tanto anhelaba. Me acerqué lo suficiente al Sol para agarrar sus rayos. Estuve un rato sujetando los rayos como si fueran una cría de oso panda recién nacida. Era feliz, estaba llena de dicha y alegría mientras acariciaba sus rayos y éstos vibraban en señal de respuesta, agradecidos por el contacto. En ese momento fui la elfa (y posiblemente la criatura) más feliz de todo Azeroth.

Entonces el sol se fue y la noche me inundó de nuevo.
La misma noche que hace tiempo me robó a mis amigos.
La misma noche que lleva tiempo atormentándome.
La misma noche eterna en la que espero aquí sentada a que vuelva a hacerse de día...